Gustavo Castro estuvo hospedado en casa de la activista hondureña Berta Cáceres la noche del 3 de marzo de este año. Ese día un grupo de sicarios ingresó a la vivienda y a punta de disparos asesinaron a la líder indígena lenca que luchaba, entre muchas otras causas, contra la construcción de un megaproyecto hidroeléctrico.

Castro fue víctima de las balas, pero preservó su vida y se constituyó en un testigo clave de un crimen que sigue aún sin resolverse, como la mayoría de actos delictivos que se comenten en ese país centroamericano.

Los ambientalistas se han convertido en uno de los blancos directos de los asesinos a sueldo y en Honduras esa realidad cobra dimensiones epidémicas. Según Castro, desde el 2010 unos 120 defensores del ambiente han sido asesinados con absoluta impunidad.

Gustavo y Berta habían forjado una amistad a partir de sus luchas en común. Justo a eso se debía la presencia del mexicano en suelo hondureño.

Ambos buscaban alternativas y formas de vida locales que complementaran la resistencia a los megaproyectos como alternativa al que Gustavo llama “capitalismo depredador”.

Haber estado al lado de Berta la noche de su asesinato es una experiencia que aún no termina de asimilar. “Para muchos en Honduras el asesinato de Berta marca un antes y un después”, dice convencido del impacto que este caso emblemático ha tenido a nivel global.

“Yo creo que despertó muchas conciencias adormecidas, de eso estoy convencido y de cómo Berta se multiplicó”, afirma.

El ambientalista, miembro de diversas organizaciones como Otros Mundos Chiapas y Amigos de la Tierra Internacional, estuvo en Costa Rica como expositor en el II Congreso Latinoamericano sobre Conflictos Ambientales.

Primera Plana aprovechó su presencia para conversar sobre el crimen de Berta Cáceres y la situación actual a seis meses de su muerte.

A continuación, la entrevista.