La decadencia del periodismo actual está profusamente documentada en libros como “De la estupidez a la locura”, de Umberto Eco; “La civilización del espectáculo”, de Mario Vargas Llosa; “La hoguera de las vanidades”, de Tom Wolfe o “Los hechizados del siglo XXI” de Carlos Morales.

Quien haya leído esos libros no se atrevería a negarlo.

Las razones de esa decadencia son muchas y varían de país en país. Incluso cada autor la puntualiza desde prismas diferentes.

A mi me gusta desprenderla desde los orígenes de la profesión, cuando se asumió que el periodismo es un servicio público que atiende concretamente al derecho humano de la información.

Sin ese servicio, sea público o privado, los ciudadanos no pueden optar, no pueden decidir, no pueden escoger, no pueden votar inteligentemente. Se vuelven marionetas del engaño o del nivel de mediocrización que impongan los grandes consorcios de infontaiment.

La Internet ha venido a aumentar la velocidad y la facilidad de la comunicación, sobre todo entre los que están lejos, pero no su profundidad y, al contrario, está completamente invadida por todos los ignaros que posean un teléfono celular (7.000 millones), lo que da una idea de los irresponsables contenidos que circulan por las redes.

Los medios nuevos cibernéticos (newsletters), son ágiles pero tienen la ligereza, la desconfianza y la volatilidad propia de su soporte y por ende contribuyen a pulverizar la cultura y también los cerebros.

Vamos camino a la estupización, como dice Eco y el periodismo moderno tiene gran parte de culpa.