Parece que fue ayer cuando conocí a mi amigo Antonio Cuevas. Era una tarde de verano a finales de 1978, trabajaba para Canal 13 en el departamento de iluminación y ese fue el vínculo que nos mantuvo unidos durante casi cuarenta años.

Esa tarde, me encontraba con la móvil del canal filmando a unos canasteros en Barva de Heredia cuando de repente llegó el iluminador que estábamos esperando de España. Se bajó del avión y acudió inmediatamente a Barva. Así de apasionado era Antonio con este oficio de la luz.

Aunque suene pretencioso -no tengo otra manera de decirlo- Antonio debe ser considerado el padre de esa nueva generación de fotógrafos cinematográficos de este país. Sé que los alumnos de la Escuela de Cine Véritas que lo tuvieron como profesor estarán de acuerdo conmigo.

Siempre habrá un antes y un después de esta invasión española de connotados profesionales de enorme talento, donde destacan Francisca (Paca) Guillot, Miguel Sessé, Alfonso Segura y por supuesto Antonio.

Mi agradecimiento eterno a Antonio por haberme elegido como heredero de todos sus “tarecos,” de su música que “no la imagino en mejores manos” decía, de su biblioteca que lo único que quiso conservar fue un libro que le regalo Oscar Castillo sobre cámaras antiguas: “llévatelo todo Pito (así me decía) menos ese libro que me regaló mi amigo Oscar,” a quien tenía en gran estima.

Morir es cambiar de estado y el bien morir, puede ser entendido en términos de desprenderse finalmente de todo lo material que nos confina a este mundo para facilitarnos el paso a la eternidad.

Antonio se ha marchado pero su legado y su recuerdo perdurarán por siempre en quienes lo conocimos.

Descanse en paz amigo, mi hermano.