El sol en dos platos
Gerardo Bolaños González* | Lunes 19 de Octubre, 2015
El periodismo y la literatura son torrentes sanguíneos muy parecidos, que se mezclan a menudo sin envenenarse necesariamente entre sí. De hecho, pueden ser dos orillas de un mismo río.
Los periodistas son gente que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente. Los escritores también. La española Rosa Montero dice que cuando hace periodismo escribe de lo que sabe; y que cuando hace literatura, escribe de lo que no sabía que sabía.
El periodista se vale de herramientas como el reporteo de los acontecimientos (de los que puede haber sido testigo o no), habla con ciertas fuentes, examina documentos buscando pruebas, y luego ordena una versión de los hechos para el público en general, tratando de que su nota contemple los diferentes ángulos.
El escritor puede hacer otro tanto pero en su ordenamiento entran otros factores, como la imaginación o la tergiversación con propósitos estéticos. No está demás decir que existen periodistas con alma de novelistas, y lo que no saben lo inventan: son los amarillistas. Otros exageran los hechos, y esos son los sensacionalistas.
El tiempo
Una de las diferencias entre el periodista y el escritor es el tiempo. Los estándares de la industria periodística indican que en algún momento, más temprano que tarde, el periodista cesa de acopiar información, digiere o hierve la que tiene para buscar su esencia, y la redacta para su publicación.
En general, el periodista trabaja a marchas forzadas. El escritor puede acomodarse a ritmos más lentos y a esquemas de producción editorial con márgenes de tiempo más extensos. Es muy raro que a un periodista le permitan hacer una investigación durante dos años. El novelista puede tomarse ese tiempo y hasta más. En otras palabras, la literatura es una “experiencia fermentada”, mientras que el periodismo es “experiencia sin fermentar”. O, como sostiene G. Martin Vivaldi, la literatura, la creación literaria, es un lujo; el periodismo, una necesidad.
A pesar de que existen tantos vasos comunicantes, solo unos pocos periodistas llegan a ser grandes escritores, como Gabriel García Márquez, cuyas crónicas y reportajes son el mejor ejemplo de que el periodismo es el servicio militar de la literatura, como a él le gustaba decir.
Otros, como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Sergio Ramírez, escriben artículos para revistas y periódicos en los que hacen gala de documentación, reflexión y fisga para iluminar aspectos de la actualidad o del pasado que escapan normalmente a la observación del común de los mortales. Y utilizan en esos artículos un estilo literario.
Al decir del español Alex Grijelmo, el estilo literario está marcado por el uso de sorpresas que sacuden al lector, lo hacen reír o lo ponen a reflexionar. Un estilo literario también está marcado por la paradoja, la ironía, el vocabulario, los sonidos, los adjetivos, las metáforas, el ambiente y el ritmo, características que muy a menudo están vedadas a los periodistas, o los mismos periodistas se las amputan.
Talento y gracia
El 31 de enero del 2010 murió Tomás Eloy Martínez, uno de los periodistas/novelistas más talentosos de Argentina y de América Latina. A él le gustaba mucho reflexionar sobre ambas vertientes de su quehacer. En Santa Evita, una magnífica novela sobre las peripecias del cadáver embalsamado de Evita Perón, Martínez mezcla las aguas de la literatura y el periodismo como pocos han sabido hacerlo, pero además de unirlas supo establecer las diferencias.
"Un periodista no es un novelista” dijo en una entrevista, “aunque debería tener el mismo talento y la misma gracia para contar de los mejores novelistas. Un buen reportaje tampoco es una rama de la literatura, aunque debería tener la misma intensidad de lenguaje y la misma capacidad de seducción de los grandes textos literarios”.
Tanto en Santa Evita como en La novela de Perón el escritor argentino pone al lector a tratar de decidir qué es verdad y qué es mentira. Para ello se vale de una inversión de los términos del llamado Nuevo Periodismo. En lugar de escribir ficción con datos reales, como los norteamericanos Tom Wolfe o Truman Capote, Martínez usa datos imaginarios tratados con las herramientas del periodismo. A este método lo llama “transfiguración” o “expansión de datos reales”.
Licencia para mentir
Como género, según Martínez, la novela tiene “licencia para mentir”. El periodismo no. Para él, el buen periodismo se caracteriza por la narrativa y la precisión de los datos. Del otro lado de la calle, las mentiras noveladas pueden derivarse de recortes de prensa, como Madame Bovary (Flaubert), o Bodas de Sangre (García Lorca). O de la vida misma: los ejemplos sobran. Pero siempre hay que investigar, tanto para decir la verdad como para mentir, porque, para poder mentir bien, sostiene Martínez, hay que saberlo todo.
Todos los periodistas escribimos, con diferentes estilos, talentos y propósitos. “Si no escribes has muerto”, dice el poeta costarricense Laureano Albán, “y es tu herencia el silencio”. Pero no todos los periodistas somos, ni podemos, ni debemos ser escritores.
Pienso que es mejor ser un buen periodista que un mal escritor. Un escritor, afirmaba Ítalo Calvino, debe tener ambiciones infinitas, como Balzac. La mayoría de los periodistas no las tenemos, aunque no es imprudente seguir la pauta de Rubén Darío, quien a la par de la poesía ejerció el periodismo y vivió de él casi toda su vida: “Lo primero para un periodista es pensar y escribir bien”, decía el bardo nicaragüense.
El Nuevo/Viejo Periodismo
El Nuevo Periodismo ni es tan nuevo ni es simplemente una tendencia. Floreció en los convulsionados Estados Unidos de la década de los 60 del siglo pasado, aunque Tomás Eloy Martínez dice que sus raíces son latinoamericanas, con escritores de la talla de Rubén Darío y José Martí.
Los periodistas y escritores Froilán Escobar y Ernesto Rivera documentaron la afirmación de Tomás Eloy Martínez, incluyéndolo a él en una lista de 17 escritores latinoamericanos cuyas crónicas figuran en el libro Periodismo al límite, publicado por la universidad San Judas Tadeo en el 2008.
Volviendo a la otra matriz, la norteamericana, autores como Gay Talese, Tom Wolfe, Truman Capote, quizás también Norman Mailer, se desprendieron de las viejas fórmulas (pirámide invertida, manejo de citas y hechos, entrevista de preguntas y respuestas, etc.) y elevaron el reportaje a la categoría de arte. Para ello usaron una serie de técnicas nuevas, algunas de ellas propiamente literarias.
Por ejemplo, los hechos no se representan por medio de resúmenes históricos sino con escenas; los diálogos se registran completos en lugar de extraer unas cuantas citas; se usa el monólogo interior y el punto de vista para que el lector entienda los procesos mentales de una persona; se confeccionan caracteres compuestos, se invierte la cronología, entre otras técnicas.
Los periodistas consagrados del Nuevo Periodismo fueron reporteros extremos, tipos tenaces que iban al fondo de las cosas y se las tomaban a pecho. Wolfe habla siempre del “reportaje de saturación”. El dice que los cultores del NP deben, desde el comienzo, agarrar al lector por las solapas del saco y no soltarlos.
Estos periodistas se fijaron en cómo funcionaban las novelas realistas, con su carga de detalles, de inmediatez, emotividad, y capacidad para absorberlo a uno. A Wolfe, a Mailer y a otros escritores los llamaban “los histeriadores”, porque se dedicaban a registrar “la histeria de la vida contemporánea” para sus artículos revisteriles.
Eran unos tipos irrespetuosos hacia la autoridad y con ellos el periodismo comenzó a ser también menos deferente hacia los políticos y los funcionarios públicos.
Yo encuentro que el Nuevo Periodismo es de lo más sensual (en el sentido del uso de los sentidos), de lo más completo y de lo más difícil de hacer bien. Pero se practica cada vez menos: los diarios y las revistas no tienen tiempo, ni espacio, ni paciencia, ni plata. Los lectores parece que tampoco. Pero sigue siendo una síntesis formidable de periodismo y literatura. Algo así como lo que el gran cocinero Michael Brass pedía a sus ayudantes. Primero los llevaba a la terraza de su restaurante en el sur de Francia a ver una bella puesta del sol. Luego les decía:
“¡Ahora vuelvan a la cocina y pongan eso en los platos!”.
*Con motivo del otorgamiento del premio Nobel de Literatura a la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexievich, Primera Plana se complace en “reimprimir” este artículo del colegiado Gerardo Bolaños González sobre los vasos comunicantes entre periodismo y literatura, que a veces confluyen en el mar de la creación. Una versión anterior fue publicada en el diario La Nación en el año 2012.
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